miércoles, 17 de abril de 2013

Una voz de alerta para las familas




Una voz de alerta para la FAMILIA
Por Jorge Leonel Otero Chambean

Ya en ocasiones anteriores hemos tocado el tema de la comunicación. Y es que unos días sí y otros también se puede leer, escuchar, ver, malas y malas noticias. Lo “normal” es que de cotidiano nuestro ser se alimente con información que sólo matiza una parte del cosmos, la zona oscura, donde la humanidad vive las tinieblas que conforman la guerra, los asesinatos, la corrupción, el narcotráfico y otras taras. La cuestión no es abstraerse, cambiar de canal, no leer periódicos (Hay que acordarse de ese personaje político que se ufanaba de ello y sobretodo de las consecuencias de su ignorancia para el país) no es la solución. El mundo sigue su marcha, y los individuos no podemos situarnos en campanas de cristal polarizado para no sufrir o para no ver lo que sucede en el entorno. Como ciudadanos tenemos que participar más y más, y colaborar desde nuestros diferentes ámbitos de labor, hogar, oficina, fábrica, aula, etc. a que el MUNDO SEA MEJOR.

Obviamente esto implica que empecemos desde nuestra casa, pasando por los centros de trabajo, hasta incluir grupos sociales más amplios como la colonia, el estado, el país. Y es que si estamos como estamos es porque en algunas partes del entramado social, no hemos sabido iluminar a la familia, al barrio, con la luz de nuestras buenas acciones. Si la maldad como monstruo de las mil caras se presenta en forma de violencia, drogadicción, corrupción, contaminación ambiental, y apreciamos sus desgarradores efectos y cómo sus tentáculos se extienden a todos los  órdenes de la vida social, entonces lo que presentan los medios de comunicación no es sino el reflejo de lo que como individuos y sociedad hemos estado gestando. Ese cáncer que nos estremece, no surgió así de pronto, sino que es el resultado de la paulatina descomposición de células  y tejidos que han tenido tal metástasis, que estamos viviendo en este México, nuestro mundo, horas negras en la historia de NUESTRA EVOLUCIÓN. Esta deshumanización tenemos que ubicarla como punto de partida, en esa célula básica que es la familia. La analogía con el mundo de la Biología, parece seguir teniendo certeza porque un deterioro en el seno familiar repercute en ámbitos más amplios del funcionamiento de una sociedad.

Buscar entre la familia el origen primigenio de los males sociales puede resultar un despropósito, habida cuenta del gran poder que detentan por ejemplo las mafias del narcotráfico, cuya estructura financiera dicen los estudiosos supera a los ingresos por el turismo o las remesas que envían los paisanos desde los EUA. Imagínense el poder de una derrama de más de 30 mil millones de dólares en la economía. Las posibilidades de corrupción, de cooptar los servicios de policías municipales que reciben en algunas localidades salarios del orden de los $4000.- son casi ilimitadas. Este poder es tal que no se circunscribe obviamente nada más a las infanterías. Ha escalado los más altos puestos de gobierno y ha permeado tantas estructuras del Ejército,  del Poder Judicial, entre otras, pues sólo corrompiendo es que han logrado tal fuerza en dinero, en armas, que han hecho palidecer en muchos lares al poder del Estado. Pero el caso es que ese PODER que han acumulado con la complacencia de algunos sectores gubernamentales, que se manifiesta en ejecutados diarios, fugas de cárceles, de supuesta alta seguridad y unos índices de violencia y corrupción inusitados que ha elevado además el consumo de drogas entre nuestra niñez y juventud, y que además ahora extiende sus redes al secuestro, a la piratería, etc. En suma es un poder tan grande, tan grande, que parece que las estrategias de enfrentarlo al Ejército no están dando resultados. Incluso el análisis de la despenalización de la droga, que pudiera significarse para combatirlo, son vías para ello, pero entre tanto se consolidan, hay un baluarte del que debemos sostenernos: LA FAMILIA. Ese poder señalado susceptible de corromper todo a su paso no es ni tan poderoso ni tan grande cuando se confronta con esa estructura cohesionada que dice ¡NO!

Cuando la familia cierra filas y decide reducir el riesgo de que alguno de sus miembros caiga en las garras de la maldad, las probabilidades del grupo en el sentido de una vida digna, de una vida sana aumentan y en ese sentido la esperanza de las transformaciones sociales puede resurgir. En nuestro país los valores familiares siguen siendo pilar de nuestras tradiciones. Si México es también como es, es por el arraigo que tiene la familia en la vida de sus connacionales. Por eso es que la ESPERANZA gravita en renovar su fuerza y recimentar sus potencialidades.

Una familia unida, cohesionada, en los tiempos actuales, implica el replanteamiento de muchos de sus ejes. Si en los años cincuenta el prototipo de cabezas de familia lo representaban “Sara García” y “Fernando Soler”, una, amorosa con su abnegación sin par  y otro, representando al proveedor con la imagen de una autoridad que nunca negociaba nada sino que se imponía a los hijos sin más; hoy en pleno siglo XXI, esa conformación ha sido rebasada. Por lo pronto el papel de la mujer se ha ido resignificando paulatinamente. Poco a poco ocupa posiciones más relevantes en el sector productivo, en la política por ejemplo, sin embargo falta aún mucho por hacer. Tenemos que observar que al pasar de un trabajo no remunerado (el de ama de casa) a uno asalariado, uno podría pensar que sus “obligaciones hogareñas” serían replanteadas y distribuidas entre los otros miembros de la familia, pero no siempre ha sido así. Dándose muchas veces el tener que cumplir con una doble jornada. Y es que el campo de “obligaciones” parece cargarse siempre del lado de ella. Ella es la que cocina, lava, plancha, atiende a los hijos, la enfermera, la consejera, etc. Esta inequidad evidentemente perjudica más a la mujer, pero sus efectos trascienden a todo el grupo. Porque si en esa familia hay un ser que hace todas esas labores mientras los demás “miran”, cómo explicar y asimilar el trabajo colaborativo, la solidaridad, la responsabilidad y el respeto. Así se explica que un niño o joven llega a la escuela y tira basura por doquier y no se preocupa, porque asume que llegará alguien (un intendente) a limpiar el salón o el baño. Como introyectar el valor de la solidaridad, si en una casa donde viven cuatro, y todos comen, una es la que guisa, lava los trastes y escombra, etc. ¿Por qué la mayor responsabilidad de los quehaceres le corresponde de facto a la mujer? Cómo explicar esto en términos del respeto: ¿no será una afectación, otra vez a ella, no darle el reconocimiento, la comprensión y el apoyo respectivo en una proporción de equidad?

Por eso el trabajo formativo, nutriente, de una familia es fundamental, y por eso en la época contemporánea, debe considerar los nuevos roles y la nueva conformación familiar que se está dando con los cambios culturales, económicos y sociales que permean a su seno.

Hoy el trabajo familiar debe conceptualizarse más que nunca en equipo, la tarea de educar y de apuntalar los valores, les corresponde a todos los adultos involucrados. De manera coordinada se tienen que tomar decisiones, plantear los límites y establecer fundamentalmente los espacios, los tiempos, para poner en común los anhelos y aspiraciones de ese grupo social. Es esencial que cada familia se sobreponga a las vicisitudes de la vida moderna, a la falta de tiempo, al cansancio y a otros obstáculos pues para  trabajar juntos se requiere afinar las formas de organización, resolver los conflictos que vayan surgiendo y para esto pues es preciso reunirse para planear actividades, divertirse, conversar sobre diversos temas, etc. Procurar estos espacios para la interrelación es indispensable, ya que el entorno en que se desenvuelve ahora la familia es cada vez más complejo donde inciden un espectro influencias de muchos tipos. Hoy los modelos de alimentación, de vestido, de comportamiento se confrontan con los que proyectan en la televisión. La buena nutrición se soslaya, por ejemplo, porque los niños quieren su “cajita feliz”. Los adolescentes quieren las marcas tal o cual, para ser “aceptados por ese grupo”.  Así, si la familia no se cohesiona e interactúa para fincar las reglas mínimas para la convivencia y para afianzar los valores, muy pronto tendremos al interior de nuestra casa un chico con un peinado y toque Punk, uno con aire Emo, otro quizá con sobrepeso o francamente obeso, situación que en el mejor de los casos podría solventarse, pero también son predecibles escenarios más agudos donde el incremento de la violencia doméstica, la drogadicción, la delincuencia, se aposenten en las salas de nuestros hogares, porque ya se están fincando en muchos sitios del país configuraciones donde la degradación social se va generalizando dramáticamente. El que muchos de nuestros jóvenes tomen como medida aspiracional del éxito, traer una camionetota, tener mucho dinero en la bolsa sin considerar los aspectos éticos de los medios para conseguirlos, es el termómetro de la descomposición. Agreguen la falta de empleo, las consabidas crisis económicas y las pocas oportunidades para buena parte de la población y entonces el entorno es francamente explosivo.

¿Qué puede hacer la familia? Mucho. Primero. Nutrir de amor a sus miembros. Besos, abrazos, palabras de cariño, de estímulo, marcaran mucha diferencia.  Si al joven le repito con constancia ¡eres un inútil! Llegará un momento en que esas voces cincelen el comportamiento del que las escucha. Segundo. Dialogar, dialogar y dialogar. Que esta práctica se vuelva una forma de vida al interior de la familia. Todos los días se deben propiciar, algunos momentos para el diálogo. La única manera de contrarrestar las influencias negativas de un entorno hiperviolento, es sembrando las semillas de la paz en el hogar. La única forma de contrarrestar la deshumanización es fincando con constancia los valores del respeto, la honestidad, la solidaridad, la tolerancia, en nuestra casa. Pero esto implica una nueva relación entre padres e hijos, entre los miembros de la familia. No más “Haz lo que digo, pero no lo que hago”. No más “te pego, para que no seas peleonero”. Si en alguna época fue suficiente con el discurso, hoy se requiere indefectiblemente la congruencia con nuestro actuar. En la familia se debe predicar sobre el respeto, sobre la solidaridad, por ejemplo, pero en el actuar cotidiano de sus miembros se deben vivenciar esos valores. No bastará pues decir respeta a tus mayores sino incorporar en nuestra dinámica familiar formas de apoyar a los ancianos. No bastará hablar de solidaridad sino desarrollar las labores domésticas en forma equitativa.

La familia de hoy, no puede entretener a la prole dejándolos ver la televisión por horas, o con los juegos electrónicos, ni puede desentender la obesidad creciente de niños y jóvenes, ni el aumento de la drogadicción, ni temas como el Bullying o el aumento de suicidios entre jóvenes.  El pedagogo mexicano Vidal Schmill refiere que si la familia no dota a los hijos de sólidos valores, entonces otros lo harán, destacando el poder de sectas o grupos, que con intereses perversos, se aprovechan de ese vacío para enrolar en sus filas a muchos jóvenes. Ante ese panorama caótico, la familia pues, no puede permanecer impávida, debe cohesionarse, cerrar filas, emprendiendo una gran cruzada, donde el amor, el diálogo, florezcan y permitan hacer frente a esta ola perniciosa que nos ataca.

Las noticias, los males sociales, deben reflexionarse en el seno de la familia, para que el alimento espiritual del que abrevan sus miembros, no se quede exclusivamente en el día a día,  en muertes, asaltos, carencias, sino en el ingrediente de la esperanza. En ese acervo tenemos que confiar todos, y en la posibilidad de que al enaltecer y fortalecer el trabajo de las familias, estaremos cimentando una de las vías regias para la transformación social y para la construcción de un México mejor posible.

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