miércoles, 17 de abril de 2013

Esperanzo






ESPERANZO
Por Jorge Leonel Otero Chambean



Ramiro Pierdetodo, perdió su celular (obvio), un miércoles fatídico en una calle cualquiera. Se queda con gran tristeza y frustración, pues por uno de tantos descuidos se queda sin el aparato y sin información de sus contactos.  Sufre. A la mañana siguiente una amiga le avisa que alguien se comunicó para devolver el teléfono. Lo normal hubiera sido saltar de gusto por la noticia, pero años de vivir en la urbe, van generando una costra casi impermeable a la confianza.  No sin reticencia, no sin temor, acuden a recuperar tan apreciado adminículo. Poco antes de las diez de la mañana llegan al centro de Ecatepec. Maríaluisa la amiga de Ramiro, con igual resquemor, había escogido ese sitio tan público para llevar a cabo el encuentro. Quedaron justo ante el Asta de  la Bandera monumental de frente al Palacio Municipal. Ramiro empezó a pasearse nervioso por el lugar. Afortunadamente no pasó mucho tiempo para el desenlace. Encontramos a una pareja, conversando frente al Asta. Maríaluisa sondea si van por el asunto de un celular, y él contesta que sí, que ¡van a comprar uno! Estupefacto, Ramiro se dice a sí mismo que esto rebasa la dosis de cinismo. ¡Por un lado, robo el teléfono y por otro lo vendo! ¡Qué audacia! Fueron escasos segundos, pero que a Ramiro se le figuraron horas, donde su cabeza loca se imaginó toda serie de conspiraciones. Maríaluisa lo regresó a la Tierra y a la sensatez. Ella, con más lógica, había enviado un mensaje al teléfono en cuestión y ¡oh sorpresa! Al otro lado de la línea le regresaron la cortesía. Casi de forma simultánea apareció en la escena un joven de 15 ó 16 años con una gorra en la cabeza (Después se enteró Ramiro  por su amiga que la forma de ubicarse, había sido llevar ese atuendo. Lo del clavel rojo en la solapa, era historia. Quizá lo de hoy es llevar una gorra a las citas con desconocidos). Al aproximarse el muchacho, notaron que llevaba el celular en la mano. Ramiro empezó a suavizarse algo, pero no por completo. Después de unas breves cortesías: -Buenas tardes. – Gracias por venir, o algo así, que no incluyeron mencionar los nombres, el joven regresó el celular. Ramiro sin decirlo, todavía en trance de “chilango en visita al tianguis” pensó, se va a quedar con la funda del teléfono… Pero no. El joven metió su mano en la bolsa del pantalón y también extendió la funda. Ante ese acto, nuevamente Ramiro asumió la iniciativa, y extrayendo dos billetes se propuso recompensar al bienhechor. Una lección más recibió Ramiro ese día. El joven rechazó con firmeza el dinero que se le ofrecía y no sólo eso sino que además interpeló a Ramiro: -“Mejor que aceptar lo que me ofrece, le voy a pedir un favor, lea este libro”. Salió entonces a relucir un pequeño volumen sobre cómo entender la Biblia. Sí, Ramiro estaba desconcertado. Su rostro empezó a denotar todas esas emociones encontradas y pasó de la palidez al rojo intenso, para nuevamente recorrer ese trayecto de forma inversa. Le temblaban las manos, las piernas, un labio no respondía a sus órdenes y demostraba como cierto tic, haciendo más notable aún, los momentos de desasosiego.
Cuando se despidieron, Ramiro seguía  casi en estado catatónico. Se sentaron en una banca. Y al ir recobrando algo de la lucidez perdida (para hablar de un grado alto tendría que haber ocurrido un milagro) empezaron a platicar de esta experiencia que reivindicaba su fe en la humanidad. Primero que nada el joven fue muy valiente porque podría encontrarse con “n” facinerosos que hasta de ladrón podrían tacharle (imagínense no recordar los detalles de la “pérdida” del teléfono). Luego la honestidad, ese valor que anda por ahí en carteles pero que no habita en todas las conciencias. Tomarse el tiempo para ser solidario. Demostrar fehacientemente que se puede obrar bien por el placer mismo del obrar recto. Al rechazar la recompensa nos recuerda a todos que el gozo interior no lo producen tres monedas, sino el convencimiento de hacer el bien, por el bien mismo. Bueno hasta la puntualidad es agradecible, porque un retraso en la hora acordada hubiera elevado exponencialmente las manías persecutorias de Ramiro y compañía, o más bien de él, y en una de esas se pudo frustrar esta hermosa historia de los valores humanos aplicados.
¿Y de quién estamos hablando? De un joven limpio, digno, preclaro representante de que hay esperanza para nuestro país. ¿Pero cómo se llama nuestro héroe? Pues lamentablemente la desconfianza reinante, la sorpresa provocada o cualquier otra combinación de causas, llevaron a los implicados a perderse del reconocimiento. El nombre de ese joven quedó en el anonimato.  Por eso cuando se recuperan las partes de este rompecabezas y se reconstruye la experiencia vivida para el texto de esta historia, se enfatiza que Ramiro y Maríaluisa se fueron congratulados de ahí porque el marco de la Bandera, sus colores, la historia que evoca y las raíces que nos unen como mexicanos, aunado a esta acción bellamente humana de la que fueron testigos, los hizo reflexionar en el presente de nuestra nación, porque si los jóvenes son capaces de vivir los valores inculcados para beneficio de la sociedad, entonces tendremos un mejor presente, y si estos ejemplos se extienden, entonces hasta para aspirar a un mejor futuro nos alcanza. Salieron de ahí, henchidos de orgullo, de fe, por saberse parte de este México. Porque en esa porción pequeñita de la patria, un joven, por coincidencia parado frente al estandarte que la representa, les dio una lección de humanidad, mostrando algunos de los valores con que se puede transformar esta nación, por ello a partir de ahí le empezaron a llamar “Esperanzo”, porque su esencia, pensaron, les da aliento para soñar en un México mejor posible.

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