miércoles, 17 de abril de 2013

Cuéntame un cuento




Rosaura y la “regala sonrisas”
Por Jorge Leonel Otero Chambean

Rosaura tenía ya cinco días en el Hospital Infantil.  Las ojeras delataban los estragos de la enfermedad. La palabra  “Diabetes” empezó a escucharla con mucha frecuencia. El Doctor, la Trabajadora Social y su mamá habían intentado darle explicaciones, pero la verdad, casi todo  lo que le decían, como que había caminado por vías diferentes a las de su interés. Lo que si no pudo soslayar era lo que para ella se estaba convirtiendo en un martirio: Los interminables piquetes.

Entre las pruebas del nivel de azúcar y las inyecciones de insulina cada dos horas transcurría su día. Le decían:

-Es sólo una pequeña punción
-No duele, mira que no sentirás nada.

Pero ni sus dedos ni sus brazos, parecían entender esas razones. Cuando por fin pudo salir del hospital, sentía que la vida le había cambiado. De entrada dejó de ir a la primaria. Cuando fueron a una consulta ella escuchó atentamente como el médico le señalaba a su mamá,  que en el caso de los niños, el tratamiento es más complicado, pues se requiere calcular y ajustar frecuentemente la dosis de insulina y la alimentación para lograr un buen control, por lo que era necesario estar pendiente casi todo el día de este proceso. Para su mamá representaba un ajuste a sus actividades como educadora en preescolar, cambio de alimentación, aprender a inyectar  y hasta un desajuste en la economía por los nuevos gastos en medicinas, entre otras cosas. Para Rosaura la traducción de todo eso se reducía a algo terrible: dolor en la piel.

Pronto pues se agudizaron los conflictos. El trámite de las inyecciones se convirtió en un batallar desgastante en el que todos sufrían. Dependiendo del momento, en cada estira y afloja, se ofrecía  un repertorio que oscilaba desde el ofrecimiento de recompensas, pasando por castigos, gritos, amenazas y muchas lágrimas. Con estrategias diversas, tenían que convencer u obligarla a veces, a sujetarse al rigoroso régimen del tratamiento.

Un día x, Rosaura  le gritó a su mamá con más energía de lo que el respeto hacia ella obligaría:
-¡No quiero más piquetes!

Ante tanta aspereza, Marielena, que en las manos ya tenía la jeringa, el alcohol, y los demás adminículos, se dirigió al baño, donde se puso  a llorar desconsoladamente.

Al otro día, la rutina parecía ser la de un día normal. El primer control, transcurrió sin contratiempos, pero de pronto ocurrió lo impensado. Ya casi a la hora de la segunda inyección, Rosaura no pudo más, quiso esconderse, huir de ahí. Sigilosamente  salió por la puerta de la cocina y echó a correr por la calle hasta el parque que estaba cerca de su casa. Cuando se sentó en la banca de cemento, por sus ojos empezó a derramarse todo el torrente de la emoción contenida. El llanto fluía y fluía sin cesar. Toda su desesperación se agolpaba en la garganta, su corazón parecía quererse salir del pecho. De pronto, sintió que alguien empezó a acariciarle el pelo.

-Ya no llores
-Ya no llores…

La voz era tan dulce, pero a la vez tan firme, que sólo ameritaba prestarle atención. Abrió los ojos y pudo ver a una niña que casi le arrullaba con la voz al pedirle con insistencia que no llorara más. Poco a poco fue recuperando el  ritmo la respiración, y cuando pudo articular la voz, empezó a contarle a Miriam lo que estaba significando la diabetes, y lo horrible que era estar siendo picoteada todo el tiempo.

Entre tanto Marielena, que inspeccionaba cada rinconcito de su hogar, previendo se hubiera ocultado en algún lugar, en un principio lo hizo como en broma como si estuviera participando en alguna forma de juego. Al pasar los minutos,  y habiendo hurgado todo los sitios posibles, presintió que su hija no estaba en la casa. Se puso como loca, salió disparada, preguntó a los vecinos, y salía y entraba de la casa con cada averiguación. Algo le dijo en el interior adonde dirigirse. Miriam y Rosaura seguían conversando, mientras ella con pasos rápidos y ruidosos iba aproximándose. Cuando la distancia ya daba como para estirar el brazo y… se sorprendió también gritando:

-¡No vuelvas a hacerme esto Rosaura!
Casi al unísono se oyó la voz de Miriam.
-No se enoje seño…

Y acto seguido con una rapidez que quizá impidió, que la ira se convirtiera en un manazo para su nueva amiga; depositó los periódicos en la banca, y se quitó su sweater para mostrarle el brazo a Marielena.

-Le decía a su hija que yo le presto mi brazo para  que a mi me den los piquetes y ella deje de sufrir.

Ante el baño de generosidad, se impuso una tregua. Marielena les dio un beso en la frente a las dos niñas y tomando de la mano cariñosamente a Rosaura, regresaron juntas a su casa.

El cambio fue muy evidente. Desde ese día las rabietas, los jaloneos fueron bajando de tono. El carácter de Rosaura que se había agriado completamente con esto de la enfermedad, sin volver al que tenía antes del diagnóstico de la diabetes, hizo posible que se atemperaran un poco los ánimos y que mejorara un tanto la dinámica emocional de la familia. Casi todos los días Rosaura se encontraba con Miriam en el parque y compartían algunos momentos. Sin embargo no hay calma que no tenga sobresaltos.

Al entrar a la recamara, se estremeció  porque Rosaura estaba llore que llore otra vez.

-¿Qué te pasa mi chiquita?
No hubo respuesta.
-Qué tienes, dime.

Rosaura quería contestar, pero la voz no le respondía, los jadeos del llanto le dominaban. Cuando al fin pudo balbucear, el sonido que salió de su boca, no era muy entendible que digamos, pero fue probando y al final señaló:

-Eshh… Mirii..a
-Es Miriam
-¿Qué pasa?
-El puesto ha estado cerrado ya tres días.
-A la mejor se fueron de viaje- dijo lo primero que se le ocurrió.
-No, algo pasa… Tenemos que ir a verla…
-Pero si no sabemos donde vive.
-En la calle de Orquídeas-
-Pero en que número, en qué colonia.

Los ojos de Rosaura denotaban tanta tristeza, que al fijarlos en los de su mamá, ella inmediatamente interpretó que su hija le estaba diciendo sin palabras: ¡Ayúdame!

Sin más acicaló a su hija, tomó el monedero. Se le ocurrió una idea. Se dirigieron hacia el parque y justo enfrente del puesto de periódicos, preguntó al señor de los jugos.

-¿De casualidad no sabe dónde vive las señora del periódico?
Sin levantar la vista él contestó.
-Colonia Izcalli de Ecatepec, a un costado del panteón.
-Gracias señor.

Al llegar a la base, el chofer del microbús les dio señales por donde irse. Cuando Marielena vio en la placa azul la calle que buscaba, empezó a sentirse incomoda porque andaban en un rumbo que no conocía. Ya no le pareció tan normal andar buscando un domicilio sin más información. Empezó a preocuparse y a sentir algo de miedo. Pero regresar tampoco era una buena opción. Al imaginarse teniendo que explicarle a Rosaura porqué se regresaban sin haber conseguido lo que buscaban, atisbó que no iba a ser nada fácil, por lo que mejor decidió continuar con la expedición. 

Afortunadamente los signos que fue encontrando a su paso iban siendo cada vez más alentadores.  A pesar de que ya llevaban caminado varios minutos y que  los datos que le daban la alejaban más y más de donde se había bajado en la base, cada persona de esa calle parecía conocer a Miriam. Y desde el primero hasta el último hacían referencia a ella como la “regala sonrisas”. Ellas escucharon varias veces ese sobrenombre porque preguntaban de cuando en cuando para ir sintiéndose más seguras. El último samaritano consultado no sólo les dio información sino que se ocupó de dejarlas frente al portón rojo de lámina.

-Ahí es.
-Muchísimas gracias.

Cuando abrió la puerta la mamá de Miriam, de inmediato posó su mirada en esa niña morena y menudita, que aún sin saber su nombre había visto platicar y jugar con su hija. Los ojos negros se adelantaron la voz para inquirir:

-¿Está Miriam?
-Eh, si está, pero… Pasen por favor.

Las condujo hasta la única recamara de la casa. Al entrar descubrieron cómo la habitación había sido adaptada casi como cuarto de hospital. Tubos, sueros, el  tanque de oxigeno, como en un gran marco tenían materialmente rodeada la cama. Ahí estaba Miriam, con una mascarilla y conectada a diversas máquinas. Rosaura se puso blanca, pero tuvo valor para acercarse, con una mano acarició la mano libre de Miriam. 
                                                          
Las dos mamás presentes buscaron dejarlas solas para que pudieran platicar algo, aunque por el estado de salud y el impedimento de la mascarilla, parecía eso improbable. Se fueron al comedor y frente  a la taza de té que para cada una preparó la mamá de Miriam, se pusieron a conversar sobre las niñas. Pasado un tiempo, alguien tocó a la puerta. Cuando entró el doctor, ambas suspendieron la plática y siguieron al galeno. Al traspasar la puerta lo que vieron los dejó pasmados a los tres. Afortunadamente solo ellas se quedaron estáticas por mucho tiempo. El médico en tanto, acostumbrado a actuar en situaciones críticas, evaluó el cuadro casi de inmediato y empezó su labor.

Rosaura se había acurrucado en la cama junto a Miriam, pero no sólo eso había conseguido. Se las ingenió para desprender la aguja que le inyectaba suero y medicamentos a su amiga. Obviamente, por más cuidado que puso en tal empresa, las huellas de sangre en las sábanas y en su vestido demostraban su escasez de conocimientos y habilidades al respecto. El doctor en cambio con manos diestras fue enderezando el entuerto. Colocó nuevamente la canalización, y terminada la faena con Miriam, siguió con la otra niña. Rosaura, que tenía tanta aversión a los piquetes y las inyecciones, se introdujo ella misma senda agujota tratando de que su amiga no la padeciera tanto.  No sé cómo le había atinado a su propia vena. Quizá el espíritu del amor que unió a esos seres en el sufrimiento, había guiado su mano certeramente sin causar daños mayores. El caso es que el doctor sólo tuvo que restañar dos escoriaciones por aquí y por allá y tomar las medidas asépticas pertinentes para cerrar ese caso tan lleno de sentido humano.

La primera que salió del  aparente estado de shock, o de la pausa en que se habían situado fue Marielena.

-¿Pero qué hiciste?

El doctor tomandolas riendas de la escena, se llevó un dedo la boca, en la señal  casi universal de “silencio” y más aún siguió con la mano expresando su deseo de que lo dejaran solo con las niñas. Marielena tomó del brazo a la mamá de Miriam y se fueron las dos al comedor nuevamente.

El doctor empezó a explicar a Rosaura que era muy noble tratar de evitar el sufrimiento de la gente, pero que era muy peligroso hacerlo sin tener la experiencia suficiente, ya que podía lastimarse una vena o causar una infección. Miriam parecía asentir,  con la cabeza, pero bien a bien no se sabe, porque francamente la neumonía aún la mantenía en situación crítica. El doctor siguió con su ejemplo y le señaló que los vecinos podían venir a cuidar a Miriam, porque todos la querían, pero como sabían que era necesario un Médico, se juntaron entre todos para pagarle y para pagar las medicinas y las adaptaciones hospitalarias a su recamara.

-Así , ellos querían que se curara, evitarle el sufrimiento del padecimiento, pero no lo hicieron por sí, sino con la mediación de un doctor. ¿Entendiste?
-Si.
-Si quieres ver contenta a tu amiga, estoy seguro que a ella le va hacer más feliz  saber que la apoyas en esa bella labor que hace en la comunidad, a consentir que tú te sigas picando el brazo.
-¿Estamos de acuerdo jovencita?
-Si- contestó más vivaz Rosaura.

Al otro día pasado del mediodía comenzó la misión. Rosaura y su mamá de inmediato comprendieron el  porqué le decían la “regala sonrisas”. Miriam tenía organizado un itinerario tan exacto y meticuloso que igual le tocaba comprarle la leche a Doña Cuquita, una ancianita que vivía casas adelante, que ayudarle al quehacer a Doña Sara ahora que tenía enyesado su tobillo. Por allá sacaba a pasear al perrito de Ismael, jugaba futbol con los de la esquina, la hacía de niñera mientras Doña Joaquina iba al mercado, y la lista  se hacía larga, larga, cuando se trataba de “contabilizar” las muchas buenas obras que desplegaba.

Cuando llegaron  a su casa en el centro de Ecatepec, las dos venían agotadas. No entendieron nunca como Miriam se organizaba para cumplir con todas las tareas que se fijaba. Ellas que dispusieron más tiempo que las dos horas que habitualmente Miriam destinaba al salir de la escuela, no habían hecho ni la mitad de lo que hacia la “regala sonrisas”. Si le agregáramos lo de la venta de periódicos, más desconcertadas quedarían porque ella siempre estaba rozagante sin un rastro de cansancio.

Al otro día las cosas rodaron mejor. Rosaura le daba sus clases al Sr Ezequiel, el de la tienda, que orgulloso iba hilando sus primeras letras. Tenía ganas de enviarle una carta  a su hija que vivía en los Estados Unidos, y no quería que la escribiera ningún otro más que él. Mientras eso pasaba, su mamá llevaba al Kiosko a Beatriz. Con un problema de parálisis cerebral, su único mundo  eran las  cuatro paredes de su casa, hasta que llegó ya sabes quién y con la ayuda del carpintero que trabajaba en la calle de  Crisantemos, le habían construido un curioso cajón al que le acondicionaron un asiento y cuatro baleros con lo que pudieron transportar a Beatriz a sitios no muy lejanos pero al menos fuera de su casa donde podía ver el sol, los árboles, las nubes.

Así entre labor y labor fueron pasando los quince días en que se completó la rehabilitación de Miriam,  tiempo que curiosamente coincidían con el plazo de permiso fijado en la escuela para regresar. Cada una volvería a sus labores habituales, aunque para Rosaura esta etapa vendría a significar el asumir nuevos retos.

El primer día de clases,  Rosaura agradeció que sus compañeros de grupo y su maestra la trataran como si nunca se hubiera ausentado, haciendo la  adaptación más fácil. Después del recreo, le dejaron un ejercicio, que ella terminó rapidísimo. Y manos a la obra, quería empezar algo que ya tenía gravitando hacia algunos días por su cabeza. Se puso a escribir cartas a los profesores de toda la escuela. Al finalizar la jornada ya tenía escritas dos de las seis cartas que requería para iniciar su plan. En ellas pedía a los maestros que platicaran en sus clases de la Diabetes y que se buscara prevenirla entre todos.

Cuando llegó al otro día fue entregando en mano de cada docente, cada una de las misivas. Pasados dos días, ninguna reacción se había generado. Pero llegando a la mañana siguiente en la misma puerta de entrada, a la niña le esperaba el Profesor de quinto grado. Él la invito a que platicara de su enfermedad a todos sus alumnos y sin más se acordó la cita. Llegando a su casa se dio a la tarea de elaborar los dibujos con los que apoyaría su explicación.

Llegado el día señalado, Rosaura, con cierto miedillo, entró al salón, y para darse un tiempito a fin de bajar los nervios, empezó a pegar en el pizarrón los tres dibujos elaborados. El maestro la presentó y les explicó el interés del tema para niños y jóvenes, habida cuenta que el número de diabéticos entre esas edades iba en aumento en nuestro país lamentablemente. Le cedió la palabra y entonces la niña sin arredrarse, respiró tres veces y comenzó con la exposición. No es frecuente que una niña de nueve años, cursando el tercer año, enfrente a un auditorio de alumnos mayores, pero ahí estaba ella. No sin turbaciones,  fue logrando que sus argumentos alertaran a tomar conciencia de prevenir la Diabetes. Cuando terminó, el grupo en pleno unió sus manos para darle un caluroso aplauso. Ellos sabían que no estaban premiando al experto que con elocuencia disertaba su tema, no, estaban conmovidos porque la experiencia de vida que les habían compartido, les había ayudado ese día a aprender un poco más acerca de esa grave enfermedad, lo que era la insulina, los sufrimientos de las inyecciones y sobre todo, los riesgos que significa el sobrepeso, la obesidad y la importancia de una alimentación sana; que aumentara el consumo de frutas y verduras y disminuyera o eliminara los refrescos, por ejemplo.

A  raíz de este día, no crean que todos los demás maestros se sumaron a la cruzada de inmediato. No. La que sí lo hizo fue la maestra de Rosaura. Quizá conmovida por lo que pudo observar o le platicaron de lo realizado en el salón del grado superior, se tornó en una gran promotora de la salud. El tercer año empezó a destacar en los periódicos murales, en la publicación de carteles y trípticos con información sobre nutrición y sobre la necesidad de hacer ejercicio. Su salón era tapizado y retapizado frecuentemente con recortes de periódicos, revistas y dibujos hechos por los niños con el tema central de prevenir la diabetes y de alimentarse adecuadamente. A este respecto, la docente planeó un concurso de ensaladas. Cada alumno tendría que investigar qué alimentos serían los más apropiados para cocinar una ensalada rica en sabor, pero también en valor nutricio. Se pasaba a exponer por qué eligieron tal o cual hortaliza, tal o cual verdura, y al final de cierre, en parejas se convidaban de cada platillo. Rosaura llamó a su creación “Ensalada Miriam” en honor de su mejor amiga.

Otro hecho vino abonar pertrechos para la causa. El Gobierno del Estado de México asignó la dotación a la escuela de veinte computadoras que estarían conectadas a Internet. Este equipo  de poco serviría si no hubiera llegado también providencialmente un ser humano sin par: La maestra de computación. Casi en automático se dio la conexión con Rosaura, sabedora de sus afanes le propuso elaborar un BLOG, donde por un lado se publicaran cuestiones para prevenirla y por otro mensajes de apoyo para quienes ya la padecieran la Diabetes.

Al principio lógicamente Rosaura puso cara de ¿what? Sus  bellos ojos negros saltaron de desconcierto porque era la primera vez que se acercaba a la compu. Pero en menos de un mes, con la guía de su profesora ya enviaba algunos correos y aunque no se encargaba ella en persona de insertar los artículos y las imágenes a su BLOG, ya comprendía bien como era que lo hacía su maestra. ¡Ah! por cierto, al buscar el nombre de su página, ambas concordaron que el título ideal sería “Vasito de colores”, y así quedó registrado su acceso a la Red: www.vasitodecolores.blogspot.com

Cuando finalizó el ciclo escolar ya muchas cosas pasaban en esa escuela primaria “Filiberto Gómez”,  que se ubicaba en el centro de Ecatepec. Para empezar ya la niña había platicado con todos los grupos sobre la Diabetes. En la tienda escolar, los frutsis, las papitas, los refrescos, compartían el espacio con aguas de frutas, con ensaladas y cocteles de fruta.  Cada grupo tenía tres espacios de activación física a la semana, de 20 minutos cada sesión. En las ceremonias cívicas, en los periódicos murales, y en reuniones con padres de familia, se enfatizaba constantemente la cultura por la salud. Rosaura recibía tres o cuatro correos diarios, de muchas partes, con agradecimientos, recomendaciones y comentarios de experiencias que servían para enriquecer el BLOG. Dos grandes sorpresas sobresalieron en este maremágnum. Una que una empresa  mueblera, a solicitud de una persona anónima (Que Rosaura estaba segura  había sido la maestra de computación, aunque ella lo negara) conocieron el caso de Beatriz, y le avisaron por    E-mail que le iban a donar una silla de ruedas. Si una silla de ruedas auténtica, y no ese remedo de cajón en el que se transportaba. Miriam saltó de regocijo, cuando supo la noticia.

Otra más, desde Argentina, un niño de 10 años, que era diabético le compartió por correo cuánto agradecía el haberlo ayudado a entender lo difícil de la Diabetes. Cuando lo leyó se emocionó doblemente tanto porque venía de otro corazón que se confrontaba al saber que tenía que cargar con la enfermedad, y otro tanto porque venía de un país muy lejano. Con el  internet ¡había viajado sin siquiera salir del salón de cómputo!

En casa, toda su familia estaba ahorrando para comprarle en diciembre su propia computadora. Rosaura no lo sabía pero estaba movilizando a la abuelita, tíos,  y no era para menos porque todos estaban disfrutando los logros de Rosaura. No habían desaparecido los problemas. Ocasionalmente ella se desesperaba, y le ganaba la pataleta por momentos. Lograr la aceptación de que una vez diagnosticada la tal enfermedad será nuestro compañero de viaje, es un proceso muy difícil. Para Rosaura no habían ni con mucho terminado los problemas conexos a la Diabetes. Habría dolor, lágrimas y sufrimiento  en el  porvenir, pero ahora las enfrentaría desde otra perspectiva, misma que había aprendido con su amiga: El disfrute de ir regalando sonrisas a los demás.

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