Rosaura y la “regala sonrisas”
Por Jorge Leonel Otero Chambean
Rosaura tenía ya cinco días en el
Hospital Infantil. Las ojeras delataban
los estragos de la enfermedad. La palabra
“Diabetes” empezó a escucharla con mucha frecuencia. El Doctor, la
Trabajadora Social y su mamá habían intentado darle explicaciones, pero la
verdad, casi todo lo que le decían, como
que había caminado por vías diferentes a las de su interés. Lo que si no pudo
soslayar era lo que para ella se estaba convirtiendo en un martirio: Los
interminables piquetes.
Entre las pruebas del nivel de
azúcar y las inyecciones de insulina cada dos horas transcurría su día. Le
decían:
-Es sólo una pequeña punción
-No duele, mira que no sentirás
nada.
Pero ni sus dedos ni sus brazos,
parecían entender esas razones. Cuando por fin pudo salir del hospital, sentía
que la vida le había cambiado. De entrada dejó de ir a la primaria. Cuando
fueron a una consulta ella escuchó atentamente como el médico le señalaba a su
mamá, que en el caso de los niños, el
tratamiento es más complicado, pues se requiere calcular y ajustar
frecuentemente la dosis de insulina y la alimentación para lograr un buen
control, por lo que era necesario estar pendiente casi todo el día de este
proceso. Para su mamá representaba un ajuste a sus actividades como educadora
en preescolar, cambio de alimentación, aprender a inyectar y hasta un desajuste en la economía por los
nuevos gastos en medicinas, entre otras cosas. Para Rosaura la traducción de
todo eso se reducía a algo terrible: dolor en la piel.
Pronto pues se agudizaron los
conflictos. El trámite de las inyecciones se convirtió en un batallar
desgastante en el que todos sufrían. Dependiendo del momento, en cada estira y
afloja, se ofrecía un repertorio que
oscilaba desde el ofrecimiento de recompensas, pasando por castigos, gritos,
amenazas y muchas lágrimas. Con estrategias diversas, tenían que convencer u
obligarla a veces, a sujetarse al rigoroso régimen del tratamiento.
Un día x, Rosaura le gritó a su mamá con más energía de lo que
el respeto hacia ella obligaría:
-¡No quiero más piquetes!
Ante tanta aspereza, Marielena,
que en las manos ya tenía la jeringa, el alcohol, y los demás adminículos, se dirigió al baño, donde se puso a llorar desconsoladamente.
Al otro día, la rutina parecía
ser la de un día normal. El primer control, transcurrió sin contratiempos, pero
de pronto ocurrió lo impensado. Ya casi a la hora de la segunda inyección,
Rosaura no pudo más, quiso esconderse, huir de ahí. Sigilosamente salió por la puerta de la cocina y echó a correr
por la calle hasta el parque que estaba cerca de su casa. Cuando se sentó en la
banca de cemento, por sus ojos empezó a derramarse todo el torrente de la
emoción contenida. El llanto fluía y fluía sin cesar. Toda su desesperación se
agolpaba en la garganta, su corazón parecía quererse salir del pecho. De
pronto, sintió que alguien empezó a acariciarle el pelo.
-Ya no llores
-Ya no llores…
La voz era tan dulce, pero a la
vez tan firme, que sólo ameritaba prestarle atención. Abrió los ojos y pudo ver
a una niña que casi le arrullaba con la voz al pedirle con insistencia que no
llorara más. Poco a poco fue recuperando el
ritmo la respiración, y cuando pudo articular la voz, empezó a contarle
a Miriam lo que estaba significando la diabetes, y lo horrible que era estar
siendo picoteada todo el tiempo.
Entre tanto Marielena, que
inspeccionaba cada rinconcito de su hogar, previendo se hubiera ocultado en
algún lugar, en un principio lo hizo como en broma como si estuviera
participando en alguna forma de juego. Al pasar los minutos, y habiendo hurgado todo los sitios posibles,
presintió que su hija no estaba en la casa. Se puso como loca, salió disparada,
preguntó a los vecinos, y salía y entraba de la casa con cada averiguación.
Algo le dijo en el interior adonde dirigirse. Miriam y Rosaura seguían
conversando, mientras ella con pasos rápidos y ruidosos iba aproximándose.
Cuando la distancia ya daba como para estirar el brazo y… se sorprendió también
gritando:
-¡No vuelvas a hacerme esto
Rosaura!
Casi al unísono se oyó la voz de
Miriam.
-No se enoje seño…
Y acto seguido con una rapidez
que quizá impidió, que la ira se convirtiera en un manazo para su nueva amiga;
depositó los periódicos en la banca, y se quitó su sweater para mostrarle el
brazo a Marielena.
-Le decía a su hija que yo le
presto mi brazo para que a mi me den los
piquetes y ella deje de sufrir.
Ante el baño de generosidad, se
impuso una tregua. Marielena les dio un beso en la frente a las dos niñas y
tomando de la mano cariñosamente a Rosaura, regresaron juntas a su casa.
El cambio fue muy evidente. Desde
ese día las rabietas, los jaloneos fueron bajando de tono. El carácter de
Rosaura que se había agriado completamente con esto de la enfermedad, sin
volver al que tenía antes del diagnóstico de la diabetes, hizo posible que se
atemperaran un poco los ánimos y que mejorara un tanto la dinámica emocional de
la familia. Casi todos los días Rosaura se encontraba con Miriam en el parque y
compartían algunos momentos. Sin embargo no hay calma que no tenga sobresaltos.
Al entrar a la recamara, se estremeció
porque Rosaura estaba llore que llore
otra vez.
-¿Qué te pasa mi chiquita?
No hubo respuesta.
-Qué tienes, dime.
Rosaura quería contestar, pero la
voz no le respondía, los jadeos del llanto le dominaban. Cuando al fin pudo
balbucear, el sonido que salió de su boca, no era muy entendible que digamos,
pero fue probando y al final señaló:
-Eshh… Mirii..a
-Es Miriam
-¿Qué pasa?
-El puesto ha estado cerrado ya
tres días.
-A la mejor se fueron de viaje-
dijo lo primero que se le ocurrió.
-No, algo pasa… Tenemos que ir a
verla…
-Pero si no sabemos donde vive.
-En la calle de Orquídeas-
-Pero en que número, en qué
colonia.
Los ojos de Rosaura denotaban
tanta tristeza, que al fijarlos en los de su mamá, ella inmediatamente
interpretó que su hija le estaba diciendo sin palabras: ¡Ayúdame!
Sin más acicaló a su hija, tomó
el monedero. Se le ocurrió una idea. Se dirigieron hacia el parque y justo
enfrente del puesto de periódicos, preguntó al señor de los jugos.
-¿De casualidad no sabe dónde
vive las señora del periódico?
Sin levantar la vista él
contestó.
-Colonia Izcalli de Ecatepec, a
un costado del panteón.
-Gracias señor.
Al llegar a la base, el chofer
del microbús les dio señales por donde irse. Cuando Marielena vio en la placa
azul la calle que buscaba, empezó a sentirse incomoda porque andaban en un
rumbo que no conocía. Ya no le pareció tan normal andar buscando un domicilio
sin más información. Empezó a preocuparse y a sentir algo de miedo. Pero
regresar tampoco era una buena opción. Al imaginarse teniendo que explicarle a
Rosaura porqué se regresaban sin haber conseguido lo que buscaban, atisbó que no
iba a ser nada fácil, por lo que mejor decidió continuar con la expedición.
Afortunadamente los signos que fue encontrando a su paso iban siendo cada vez
más alentadores. A pesar de que ya
llevaban caminado varios minutos y que los datos que le daban la alejaban más y más
de donde se había bajado en la base, cada persona de esa calle parecía conocer
a Miriam. Y desde el primero hasta el último hacían referencia a ella como la
“regala sonrisas”. Ellas escucharon varias veces ese sobrenombre porque
preguntaban de cuando en cuando para ir sintiéndose más seguras. El último
samaritano consultado no sólo les dio información sino que se ocupó de dejarlas
frente al portón rojo de lámina.
-Ahí es.
-Muchísimas gracias.
Cuando abrió la puerta la mamá de
Miriam, de inmediato posó su mirada en esa niña morena y menudita, que aún sin
saber su nombre había visto platicar y jugar con su hija. Los ojos negros se
adelantaron la voz para inquirir:
-¿Está Miriam?
-Eh, si está, pero… Pasen por
favor.
Las condujo hasta la única
recamara de la casa. Al entrar descubrieron cómo la habitación había sido
adaptada casi como cuarto de hospital. Tubos, sueros, el tanque de oxigeno, como en un gran marco
tenían materialmente rodeada la cama. Ahí estaba Miriam, con una mascarilla y
conectada a diversas máquinas. Rosaura se puso blanca, pero tuvo valor para
acercarse, con una mano acarició la mano libre de Miriam.
Las dos mamás presentes buscaron dejarlas
solas para que pudieran platicar algo, aunque por el estado de salud y el
impedimento de la mascarilla, parecía eso improbable. Se fueron al comedor y
frente a la taza de té que para cada una
preparó la mamá de Miriam, se pusieron a conversar sobre las niñas. Pasado un
tiempo, alguien tocó a la puerta. Cuando entró el doctor, ambas suspendieron la
plática y siguieron al galeno. Al traspasar la puerta lo que vieron los dejó
pasmados a los tres. Afortunadamente solo ellas se quedaron estáticas por mucho
tiempo. El médico en tanto, acostumbrado a actuar en situaciones críticas,
evaluó el cuadro casi de inmediato y empezó su labor.
Rosaura se había acurrucado en la
cama junto a Miriam, pero no sólo eso había conseguido. Se las ingenió para
desprender la aguja que le inyectaba suero y medicamentos a su amiga.
Obviamente, por más cuidado que puso en tal empresa, las huellas de sangre en
las sábanas y en su vestido demostraban su escasez de conocimientos y
habilidades al respecto. El doctor en cambio con manos diestras fue enderezando
el entuerto. Colocó nuevamente la canalización, y terminada la faena con
Miriam, siguió con la otra niña. Rosaura, que tenía tanta aversión a los
piquetes y las inyecciones, se introdujo ella misma senda agujota tratando de
que su amiga no la padeciera tanto. No
sé cómo le había atinado a su propia vena. Quizá el espíritu del amor que unió
a esos seres en el sufrimiento, había guiado su mano certeramente sin causar
daños mayores. El caso es que el doctor sólo tuvo que restañar dos
escoriaciones por aquí y por allá y tomar las medidas asépticas pertinentes
para cerrar ese caso tan lleno de sentido humano.
La primera que salió del aparente estado de shock, o de la pausa en
que se habían situado fue Marielena.
-¿Pero qué hiciste?
El doctor tomandolas
riendas de la escena, se llevó un dedo la boca, en la señal casi universal de “silencio” y más aún siguió
con la mano expresando su deseo de que lo dejaran solo con las niñas. Marielena
tomó del brazo a la mamá de Miriam y se fueron las dos al comedor nuevamente.
El doctor empezó a explicar a
Rosaura que era muy noble tratar de evitar el sufrimiento de la gente, pero que
era muy peligroso hacerlo sin tener la experiencia suficiente, ya que podía
lastimarse una vena o causar una infección. Miriam parecía asentir, con la cabeza, pero bien a bien no se sabe,
porque francamente la neumonía aún la mantenía en situación crítica. El doctor
siguió con su ejemplo y le señaló que los vecinos podían venir a cuidar a
Miriam, porque todos la querían, pero como sabían que era necesario un Médico,
se juntaron entre todos para pagarle y para pagar las medicinas y las adaptaciones
hospitalarias a su recamara.
-Así , ellos querían que se
curara, evitarle el sufrimiento del padecimiento, pero no lo hicieron por sí, sino
con la mediación de un doctor. ¿Entendiste?
-Si.
-Si quieres ver contenta a tu
amiga, estoy seguro que a ella le va hacer más feliz saber que la apoyas en esa bella labor que
hace en la comunidad, a consentir que tú te sigas picando el brazo.
-¿Estamos de acuerdo jovencita?
-Si- contestó más vivaz Rosaura.
Al otro día pasado del mediodía
comenzó la misión. Rosaura y su mamá de inmediato comprendieron el porqué le decían la “regala sonrisas”. Miriam
tenía organizado un itinerario tan exacto y meticuloso que igual le tocaba
comprarle la leche a Doña Cuquita, una ancianita que vivía casas adelante, que
ayudarle al quehacer a Doña Sara ahora que tenía enyesado su tobillo. Por allá
sacaba a pasear al perrito de Ismael, jugaba futbol con los de la esquina, la
hacía de niñera mientras Doña Joaquina iba al mercado, y la lista se hacía larga, larga, cuando se trataba de
“contabilizar” las muchas buenas obras que desplegaba.
Cuando llegaron a su casa en el centro de Ecatepec, las dos
venían agotadas. No entendieron nunca como Miriam se organizaba para cumplir
con todas las tareas que se fijaba. Ellas que dispusieron más tiempo que las
dos horas que habitualmente Miriam destinaba al salir de la escuela, no habían
hecho ni la mitad de lo que hacia la “regala sonrisas”. Si le agregáramos lo de
la venta de periódicos, más desconcertadas quedarían porque ella siempre estaba
rozagante sin un rastro de cansancio.
Al otro día las cosas rodaron
mejor. Rosaura le daba sus clases al Sr Ezequiel, el de la tienda, que
orgulloso iba hilando sus primeras letras. Tenía ganas de enviarle una
carta a su hija que vivía en los Estados
Unidos, y no quería que la escribiera ningún otro más que él. Mientras eso
pasaba, su mamá llevaba al Kiosko a Beatriz. Con un problema de parálisis
cerebral, su único mundo eran las cuatro paredes de su casa, hasta que llegó ya
sabes quién y con la ayuda del carpintero que trabajaba en la calle de Crisantemos, le habían construido un curioso
cajón al que le acondicionaron un asiento y cuatro baleros con lo que pudieron
transportar a Beatriz a sitios no muy lejanos pero al menos fuera de su casa
donde podía ver el sol, los árboles, las nubes.
Así entre labor y labor fueron
pasando los quince días en que se completó la rehabilitación de Miriam, tiempo que curiosamente coincidían con el
plazo de permiso fijado en la escuela para regresar. Cada una volvería a sus labores
habituales, aunque para Rosaura esta etapa vendría a significar el asumir
nuevos retos.
El primer día de clases, Rosaura agradeció que sus compañeros de grupo
y su maestra la trataran como si nunca se hubiera ausentado, haciendo la adaptación más fácil. Después del recreo, le
dejaron un ejercicio, que ella terminó rapidísimo. Y manos a la obra, quería
empezar algo que ya tenía gravitando hacia algunos días por su cabeza. Se puso
a escribir cartas a los profesores de toda la escuela. Al finalizar la jornada
ya tenía escritas dos de las seis cartas que requería para iniciar su plan. En
ellas pedía a los maestros que platicaran en sus clases de la Diabetes y que se
buscara prevenirla entre todos.
Cuando llegó al otro día fue
entregando en mano de cada docente, cada una de las misivas. Pasados dos días,
ninguna reacción se había generado. Pero llegando a la mañana siguiente en la
misma puerta de entrada, a la niña le esperaba el Profesor de quinto grado. Él
la invito a que platicara de su enfermedad a todos sus alumnos y sin más se
acordó la cita. Llegando a su casa se dio a la tarea de elaborar los dibujos
con los que apoyaría su explicación.
Llegado el día señalado, Rosaura,
con cierto miedillo, entró al salón, y para darse un tiempito a fin de bajar los
nervios, empezó a pegar en el pizarrón los tres dibujos elaborados. El maestro
la presentó y les explicó el interés del tema para niños y jóvenes, habida
cuenta que el número de diabéticos entre esas edades iba en aumento en nuestro
país lamentablemente. Le cedió la palabra y entonces la niña sin arredrarse,
respiró tres veces y comenzó con la exposición. No es frecuente que una niña de
nueve años, cursando el tercer año, enfrente a un auditorio de alumnos mayores,
pero ahí estaba ella. No sin turbaciones, fue logrando que sus argumentos alertaran a
tomar conciencia de prevenir la Diabetes. Cuando terminó, el grupo en pleno
unió sus manos para darle un caluroso aplauso. Ellos sabían que no estaban
premiando al experto que con elocuencia disertaba su tema, no, estaban
conmovidos porque la experiencia de vida que les habían compartido, les había
ayudado ese día a aprender un poco más acerca de esa grave enfermedad, lo que
era la insulina, los sufrimientos de las inyecciones y sobre todo, los riesgos
que significa el sobrepeso, la obesidad y la importancia de una alimentación
sana; que aumentara el consumo de frutas y verduras y disminuyera o eliminara los
refrescos, por ejemplo.
A
raíz de este día, no crean que todos los demás maestros se sumaron a la
cruzada de inmediato. No. La que sí lo hizo fue la maestra de Rosaura. Quizá
conmovida por lo que pudo observar o le platicaron de lo realizado en el salón
del grado superior, se tornó en una gran promotora de la salud. El tercer año
empezó a destacar en los periódicos murales, en la publicación de carteles y
trípticos con información sobre nutrición y sobre la necesidad de hacer
ejercicio. Su salón era tapizado y retapizado frecuentemente con recortes de
periódicos, revistas y dibujos hechos por los niños con el tema central de
prevenir la diabetes y de alimentarse adecuadamente. A este respecto, la
docente planeó un concurso de ensaladas. Cada alumno tendría que investigar qué
alimentos serían los más apropiados para cocinar una ensalada rica en sabor,
pero también en valor nutricio. Se pasaba a exponer por qué eligieron tal o
cual hortaliza, tal o cual verdura, y al final de cierre, en parejas se
convidaban de cada platillo. Rosaura llamó a su creación “Ensalada Miriam” en
honor de su mejor amiga.
Otro hecho vino abonar pertrechos
para la causa. El Gobierno del Estado de México asignó la dotación a la escuela
de veinte computadoras que estarían conectadas a Internet. Este equipo de poco serviría si no hubiera llegado también
providencialmente un ser humano sin par: La maestra de computación. Casi en
automático se dio la conexión con Rosaura, sabedora de sus afanes le propuso
elaborar un BLOG, donde por un lado se publicaran cuestiones para prevenirla y
por otro mensajes de apoyo para quienes ya la padecieran la Diabetes.
Al principio lógicamente Rosaura
puso cara de ¿what? Sus bellos ojos
negros saltaron de desconcierto porque era la primera vez que se acercaba a la
compu. Pero en menos de un mes, con la guía de su profesora ya enviaba algunos
correos y aunque no se encargaba ella en persona de insertar los artículos y
las imágenes a su BLOG, ya comprendía bien como era que lo hacía su maestra. ¡Ah!
por cierto, al buscar el nombre de su página, ambas concordaron que el título
ideal sería “Vasito de colores”, y así quedó registrado su acceso a la Red: www.vasitodecolores.blogspot.com
Cuando finalizó el ciclo escolar
ya muchas cosas pasaban en esa escuela primaria “Filiberto Gómez”, que se ubicaba en el centro de Ecatepec. Para
empezar ya la niña había platicado con todos los grupos sobre la Diabetes. En
la tienda escolar, los frutsis, las papitas, los refrescos, compartían el
espacio con aguas de frutas, con ensaladas y cocteles de fruta. Cada grupo tenía tres espacios de activación
física a la semana, de 20 minutos cada sesión. En las ceremonias cívicas, en
los periódicos murales, y en reuniones con padres de familia, se enfatizaba
constantemente la cultura por la salud. Rosaura recibía tres o cuatro correos
diarios, de muchas partes, con agradecimientos, recomendaciones y comentarios
de experiencias que servían para enriquecer el BLOG. Dos grandes sorpresas
sobresalieron en este maremágnum. Una que una empresa mueblera, a solicitud de una persona anónima (Que
Rosaura estaba segura había sido la
maestra de computación, aunque ella lo negara) conocieron el caso de Beatriz, y
le avisaron por E-mail que le iban a
donar una silla de ruedas. Si una silla de ruedas auténtica, y no ese remedo de
cajón en el que se transportaba. Miriam saltó de regocijo, cuando supo la
noticia.
Otra más, desde Argentina, un
niño de 10 años, que era diabético le compartió por correo cuánto agradecía el
haberlo ayudado a entender lo difícil de la Diabetes. Cuando lo leyó se emocionó
doblemente tanto porque venía de otro corazón que se confrontaba al saber que
tenía que cargar con la enfermedad, y otro tanto porque venía de un país muy
lejano. Con el internet ¡había viajado
sin siquiera salir del salón de cómputo!
En casa, toda su familia estaba
ahorrando para comprarle en diciembre su propia computadora. Rosaura no lo
sabía pero estaba movilizando a la abuelita, tíos, y no era para menos porque todos estaban
disfrutando los logros de Rosaura. No habían desaparecido los problemas. Ocasionalmente
ella se desesperaba, y le ganaba la pataleta por momentos. Lograr la aceptación
de que una vez diagnosticada la tal enfermedad será nuestro compañero de viaje,
es un proceso muy difícil. Para Rosaura no habían ni con mucho terminado los
problemas conexos a la Diabetes. Habría dolor, lágrimas y sufrimiento en el
porvenir, pero ahora las enfrentaría desde otra perspectiva, misma que
había aprendido con su amiga: El disfrute de ir regalando sonrisas a los demás.
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