miércoles, 28 de septiembre de 2011


HISTORIAS DEL MAIZ
ONCEAVA ENTREGA

Por  Ángel Delgado Ortiz


...

En ese momento las cuatro luces comenzaron a encenderse más y más, generando y uniendo sus luces a la vez que formando una esfera en el venado y en mí. Poco a poco nos fuimos elevando. Poco a poco miré muchos rumbos y muchas vidas. Cientos de años de la evolución del mundo y de los universos pasaron frente a mí. Muchas evoluciones de una misma raza y sin embargo cada una de ellas con su propio camino y ninguna confundida ni revuelta. Todas alineadas en un mismo rayo. Pasamos por muchos rumbos, viajamos a universos que no conocía, viajamos entre la tierra, en los mares, en los montes, en los cielos, yo era uno con todo y todo era uno conmigo. Fundidos en las entrañas de la vida misma, en el núcleo del ser. Así, poco y más y más eran los viajes de estos universos los que me hacían comprender más mi vida, la vida, la inmortalidad de la que goza este creador. Todo inmaculado. Todo con un fin. Todo con una libertad y un respeto único e imperecedero. Todo en el silencio de un punto ancestral, ahí viajábamos, girábamos en un punto muy único, imperecedero. Viajando, comprendí muchas cosas. Mientras estos seres de luz nos mostraban los viajes del mundo, los trayectos, las fibras del universo, poco a poco mis piernas asumieron una forma  parecida a la flor de loto,  e inhalé la vida misma.  Tenía tanta templanza mientras volaba y observaba el universo y mi universo. Siempre sereno, el venado me observaba, dando un temple y diciéndome que absorbiera más de esto que se me estaban regalando; amor, fuerza, equilibrio.


Serénate. No pienses más. Absorbe y siente este viaje. Se está volviendo tu ser al ser mismo. Deja fluir todo. Déjalo ir.  Todo está bien. El creador es amor. Recobra la fuerza que te desciende de estos seres de luz. Serénate. Deja de respirar, inhala, retén el aire, y exhala. Comienza el ciclo, y vuelve a nacer.

Todo giraba. Todo cambiaba de forma. Mi cuerpo mismo a veces era distinto. Tomaba dimensiones diversas. A veces grande, a veces pequeño, otras veces de distintos colores. Todo mutaba. La tierra misma y sus criaturas cambiaban. Sin embargo ninguna se confundía. No existía evolución de raza a raza si no que cada una era única. Todo era uno mismo en su esencia primera. Al fin entre en un silencio, un rayo dorado me cubrió y cerré mis ojos. Así transcurrieron mundos, universos y templanzas, vidas y vida.  No existían casualidades sólo momentos de exactitud, logrados y con un punto final, la plenitud en la luz el Todo.

El viaje con estos seres terminó. Nos bajaron de su esfera y se evaporaron en el aire y hacia el sol. Su regalo había quedado sembrado en mí ser. Al final me  despedí con el silencio en mí ser.

Después de su marchar, abrí mis ojos. Nos encontrábamos  sentados sobre la arena. De  frente a nosotros se plasmaba el desierto y su fuerza. El venado seguía a mi lado, al fondo de las arenas del desierto se veía el cerro con la punta de oro aquel que  había divisado antes desde aquel lago de aguas benditas.

El viento comenzó a soplar. El venado y yo nos levantamos y comenzamos a andar en las arenas. El transcurso quizá sería largo. Decidí caminar fuertemente y con firmeza. Mi visión era distinta.  Podía ver en el desierto puntos estratégicos de su energía. El desierto era un lugar lleno de energía, contrario con lo que muchas veces uno piensa, que el desierto es un lugar desolado y de muerte. No era así, podía apreciar tanta energía que aquí fluía. En el trayecto los pasos se hacían fuertes. El venado y yo caminábamos en esta tierra, los pasos eran de fuerza, de corazón.

Así las arenas vinieron con el viento. Los aires eran tan cálidos y tan ciertos. ¿Si el aliento respira el dolor y la renuncia de los sueños?  Tal vez el olvido sea el sueño de los desiertos.

La caricia de la renuncia ha llegado, con los despertares de un templo desierto...Donde la tierra vuela entre anhelos.

Allá tu tiempo... acá mi tiempo.

Templos de visiones en este sol desierto, donde despierto entre calor y viento.

Tras la calcinación que emana en los ojos...las pisadas de un cuerpo nos llevan al templo.

El cuervo grazna mientras mira un cuerpo envuelto, y los cristales se reflejan uno a uno en este andar desierto.

La mirada se eleva al cielo, colores de un Dios que nos envuelven de ciertos...

Las pisadas de estos cuerpos nos verán descalzos.

¿Si muertos tras de falsos tiempos han quedado los sueños?

Aun sé por qué no existe en esta carne lo eterno.

Los cactus me ocultan al viento, y la arena soporta mi tiempo.

El aliento como los sueños... emana del suelo

La muerte y lo eterno... descienden del cielo

De pies en este templo

Me envuelven los cielos

El castillo se ha cubierto

Y así; así, hablan los desiertos.

Mi visión se extendió. El aire comenzó a soplar levantando la arena. Mi cabello voló entre el aire y el misterio. En la distancia alcanzamos a ver de entre la misma, la silueta de un cuerpo humano. Al momento de acercarnos le vi de frente. Fue algo mágico. El ser frente a nosotros emanaba una irradiación única. Sus ojos color arena eran el reflejo de la tierra y de los cielos, del amor y la dureza. Los  rasgos de su cara eran tan finos como los de una hermosa mujer, y a la vez tan fuertes y firmes como el de un varón que ha luchado. El color de su piel era apiñonada, su nariz era de tamaño medio y recta, su boca, de labios medianos y muy delineados. Las cejas eran gruesas de color negro y muy bien formadas. Tenía el cabello de color castaño amarrado por la parte de arriba y suelto por abajo. Yo calculaba que media como 1.83 de altura. Representaba en su cuerpo y su esencia, la mágica distancia entre ser a un presente en la tierra y ser rey como entre los cielos.  Su atuendo era muy especial y a la vez muy hermoso. Ostentaba una vestimenta blanca con muchas formaciones extrañas, como bordadas con infinitos colores. La tela de su traje parecía de seda, y esta en si,  emanaba una luz muy eterna, la cual el aire que soplaba lo hacia vibrar de una manera mas que etérea.


Era una persona no mayor. De hecho tenía en ella la infinita edad. De momento su rostro parecía el de un bebé. En otros, asemejaba al de un niño de unos años sumados más. A veces al de un adolescente, de igual y en el mismo segundo al de un joven. Y así, en un parpadeo, al de un anciano. Se miraban en él, todas las edades y la infinidad. La muestra clara, de lo que pude ser. La evolución del hombre.  

Por fin llegaste, que bueno que estas aquí, pensé que no llegarías, aunque confiaba que lo harías, pues el guía que te acompaña es el gran venado azul, el que orienta a la luz.

Se levantó y se acercó a mí, me dio un abrazo y me dijo bienvenido. Besó mi frente y sacó de entre sus mangas una jícara con agua y la vertió sobre mi cabeza. Dirigió una oración al cielo, abrió sus ojos y habló. Sígueme. Voltee a ver al venado y con su mirar el asintió, seguí los pasos descalzos de aquel habitante de los desiertos. Estos eran caminos de silencio, de paz, caminos donde escuchaba muy claramente la voz del Dios. Yo me sentía como en casa. La paz que me brindaba el desierto era mi hogar. Un sitio donde sabia podía guardar todo lo ancestral que me habían obsequiado mis guías en este viaje. Yo no sabia si regresaría a casa, no sabia si algún día volvería a ver a  mi familia carnal que tanto amaba. No sabia nada y en realidad no me confundía más ese asunto, pues hoy por fin estaba en paz y acompañado de Dios y de su luz como nunca. En mi comprendía bien que este camino era muy duro, de mucha sensatez   y pureza. Un camino que no sabía si lo lograría cumplir. Sin embargo esto era justo lo que tanto necesitaba. Verme ahí, caminando en el desierto junto a mí hermano y maestro el venado, así como de este gran hombre que nos acompañaba. Ver a la distancia la arena y el viento que se elevaban me hacia sentir fuerte, certero en cada uno de mis pasos, libre, y consciente de mi vida. Hoy me sentía el iniciado. El bendito de los cielos, y el mendigo de la tristeza de los demás. Aquel que se dirigía hacia un todo y hacia una nada. Aquel que se va. Híbrido en libertad. De la tierra. De los cielos. Dejando atrás todo y acercándome cada vez más a algo que mi espíritu conocía  muy bien. Todo esta sensación de amor y bien estar que sentía hoy, se lo regalaría al mundo. Qué más daba si acaso uno moría dando y entregando ese amor a cambio de muerte y olvido. Pero si  y seguro, en presencia a través de los tiempos y en el espíritu humano y de la creación.

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