HISTORIAS DEL MAIZ
ONCEAVA
ENTREGA
Por Ángel Delgado Ortiz
...
En ese momento las cuatro luces comenzaron a encenderse más
y más, generando y uniendo sus luces a la vez que formando una esfera en el
venado y en mí. Poco a poco nos fuimos elevando. Poco a poco miré muchos rumbos
y muchas vidas. Cientos de años de la evolución del mundo y de los universos
pasaron frente a mí. Muchas evoluciones de una misma raza y sin embargo cada
una de ellas con su propio camino y ninguna confundida ni revuelta. Todas
alineadas en un mismo rayo. Pasamos por muchos rumbos, viajamos a universos que
no conocía, viajamos entre la tierra, en los mares, en los montes, en los
cielos, yo era uno con todo y todo era uno conmigo. Fundidos en las entrañas de
la vida misma, en el núcleo del ser. Así, poco y más y más eran los viajes de
estos universos los que me hacían comprender más mi vida, la vida, la inmortalidad
de la que goza este creador. Todo inmaculado. Todo con un fin. Todo con una
libertad y un respeto único e imperecedero. Todo en el silencio de un punto
ancestral, ahí viajábamos, girábamos en un punto muy único, imperecedero.
Viajando, comprendí muchas cosas. Mientras estos seres de luz nos mostraban los
viajes del mundo, los trayectos, las fibras del universo, poco a poco mis
piernas asumieron una forma parecida a
la flor de loto, e inhalé la vida misma. Tenía tanta templanza mientras volaba y
observaba el universo y mi universo. Siempre sereno, el venado me observaba,
dando un temple y diciéndome que absorbiera más de esto que se me estaban
regalando; amor, fuerza, equilibrio.
Serénate. No
pienses más. Absorbe y siente este viaje. Se está volviendo tu ser al ser
mismo. Deja fluir todo. Déjalo ir. Todo
está bien. El creador es amor. Recobra la fuerza que te desciende de estos
seres de luz. Serénate. Deja de
respirar, inhala, retén el aire, y exhala. Comienza el ciclo, y vuelve a nacer.
Todo giraba. Todo cambiaba de forma. Mi cuerpo mismo a veces
era distinto. Tomaba dimensiones diversas. A veces grande, a veces pequeño,
otras veces de distintos colores. Todo mutaba. La tierra misma y sus criaturas
cambiaban. Sin embargo ninguna se confundía. No existía evolución de raza a
raza si no que cada una era única. Todo era uno mismo en su esencia primera. Al
fin entre en un silencio, un rayo dorado me cubrió y cerré mis ojos. Así
transcurrieron mundos, universos y templanzas, vidas y vida. No existían casualidades sólo momentos de
exactitud, logrados y con un punto final, la plenitud en la luz el Todo.
El viaje con estos seres terminó. Nos bajaron de su
esfera y se evaporaron en el aire y hacia el sol. Su regalo había quedado
sembrado en mí ser. Al final me despedí
con el silencio en mí ser.
Después de su marchar, abrí mis ojos. Nos encontrábamos sentados sobre la arena. De frente a nosotros se plasmaba el desierto y
su fuerza. El venado seguía a mi lado, al fondo de las arenas del desierto se
veía el cerro con la punta de oro aquel que había divisado antes desde aquel lago de aguas
benditas.
El viento comenzó a soplar. El venado y yo nos levantamos
y comenzamos a andar en las arenas. El transcurso quizá sería largo. Decidí
caminar fuertemente y con firmeza. Mi visión era distinta. Podía ver en el desierto puntos estratégicos
de su energía. El desierto era un lugar lleno de energía, contrario con lo que
muchas veces uno piensa, que el desierto es un lugar desolado y de muerte. No
era así, podía apreciar tanta energía que aquí fluía. En el trayecto los pasos
se hacían fuertes. El venado y yo caminábamos en esta tierra, los pasos eran de
fuerza, de corazón.
Así las arenas vinieron con el viento. Los
aires eran tan cálidos y tan ciertos. ¿Si el aliento respira el dolor y la
renuncia de los sueños? Tal vez el
olvido sea el sueño de los desiertos.
La
caricia de la renuncia ha llegado, con los despertares de un templo desierto...Donde
la tierra vuela entre anhelos.
Allá
tu tiempo... acá mi tiempo.
Templos
de visiones en este sol desierto, donde despierto entre calor y viento.
Tras
la calcinación que emana en los ojos...las pisadas de un cuerpo nos llevan al
templo.
El
cuervo grazna mientras mira un cuerpo envuelto, y los cristales se reflejan uno
a uno en este andar desierto.
La
mirada se eleva al cielo, colores de un Dios que nos envuelven de ciertos...
Las
pisadas de estos cuerpos nos verán descalzos.
¿Si
muertos tras de falsos tiempos han quedado los sueños?
Aun
sé por qué no existe en esta carne lo eterno.
Los
cactus me ocultan al viento, y la arena soporta mi tiempo.
El
aliento como los sueños... emana del suelo
La
muerte y lo eterno... descienden del cielo
De
pies en este templo
Me
envuelven los cielos
El
castillo se ha cubierto
Y
así; así, hablan los desiertos.
Mi visión se extendió. El aire comenzó a soplar
levantando la arena. Mi cabello voló entre el aire y el misterio. En la
distancia alcanzamos a ver de entre la misma, la silueta de un cuerpo humano.
Al momento de acercarnos le vi de frente. Fue algo mágico. El ser frente a
nosotros emanaba una irradiación única. Sus ojos color arena eran el reflejo de
la tierra y de los cielos, del amor y la dureza. Los rasgos de su cara eran tan finos como los de
una hermosa mujer, y a la vez tan fuertes y firmes como el de un varón que ha
luchado. El color de su piel era apiñonada, su nariz era de tamaño medio y
recta, su boca, de labios medianos y muy delineados. Las cejas eran gruesas de color
negro y muy bien formadas. Tenía el cabello de color castaño amarrado por la
parte de arriba y suelto por abajo. Yo calculaba que media como 1.83 de altura.
Representaba en su cuerpo y su esencia, la mágica distancia entre ser a un
presente en la tierra y ser rey como entre los cielos. Su atuendo era muy especial y a la vez muy
hermoso. Ostentaba una vestimenta blanca con muchas formaciones extrañas, como
bordadas con infinitos colores. La tela de su traje parecía de seda, y esta en
si, emanaba una luz muy eterna, la cual
el aire que soplaba lo hacia vibrar de una manera mas que etérea.
Era una persona no mayor. De hecho tenía en ella la
infinita edad. De momento su rostro parecía el de un bebé. En otros, asemejaba
al de un niño de unos años sumados más. A veces al de un adolescente, de igual
y en el mismo segundo al de un joven. Y así, en un parpadeo, al de un anciano.
Se miraban en él, todas las edades y la infinidad. La muestra clara, de lo que
pude ser. La evolución del hombre.
Por fin
llegaste, que bueno que estas aquí, pensé que no llegarías, aunque confiaba que
lo harías, pues el guía que te acompaña es el gran venado azul, el que orienta
a la luz.
Se levantó y se acercó a mí, me dio un abrazo y me dijo bienvenido. Besó mi frente y sacó de
entre sus mangas una jícara con agua y la vertió sobre mi cabeza. Dirigió una
oración al cielo, abrió sus ojos y habló. Sígueme.
Voltee a ver al venado y con su mirar el asintió, seguí los pasos descalzos
de aquel habitante de los desiertos. Estos eran caminos de silencio, de paz,
caminos donde escuchaba muy claramente la voz del Dios. Yo me sentía como en
casa. La paz que me brindaba el desierto era mi hogar. Un sitio donde sabia
podía guardar todo lo ancestral que me habían obsequiado mis guías en este
viaje. Yo no sabia si regresaría a casa, no sabia si algún día volvería a ver
a mi familia carnal que tanto amaba. No
sabia nada y en realidad no me confundía más ese asunto, pues hoy por fin
estaba en paz y acompañado de Dios y de su luz como nunca. En mi comprendía
bien que este camino era muy duro, de mucha sensatez y pureza. Un camino que no sabía si lo lograría
cumplir. Sin embargo esto era justo lo que tanto necesitaba. Verme ahí,
caminando en el desierto junto a mí hermano y maestro el venado, así como de este
gran hombre que nos acompañaba. Ver a la distancia la arena y el viento que se
elevaban me hacia sentir fuerte, certero en cada uno de mis pasos, libre, y
consciente de mi vida. Hoy me sentía el iniciado. El bendito de los cielos, y
el mendigo de la tristeza de los demás. Aquel que se dirigía hacia un todo y
hacia una nada. Aquel que se va. Híbrido en libertad. De la tierra. De los
cielos. Dejando atrás todo y acercándome cada vez más a algo que mi espíritu
conocía muy bien. Todo esta sensación de
amor y bien estar que sentía hoy, se lo regalaría al mundo. Qué más daba si
acaso uno moría dando y entregando ese amor a cambio de muerte y olvido. Pero
si y seguro, en presencia a través de
los tiempos y en el espíritu humano y de la creación.